sábado, 14 de noviembre de 2015

Tenemos un problema, un grave problema, y necesitamos solucionarlo.

Ayer hubo un ataque terrorista en París. Decenas de muertos por el fanatismo religioso. No ha sido el primer ataque terrorista que sufrimos ni será el último. Ha sido uno de los más sangrientos, pero los habrá peores. Analizando los datos, resultan espeluznantes. 8 tíos han matado a 130 personas y han dejado a un número similar heridas. La efectividad del ataque ha sido brutal.

Hay se señalar una serie de detalles, que nos ponen los pelos de punta.
  • Los atacantes han sido 8. Parecen pocos, pero conseguir que 8 individuos, un número tan elevado, en una zona no de guerra como Francia, se pongan de acuerdo y acepten que van a morir en el atentado es algo muy peligroso. Ya pasó en el 11 S, en el 11 M y en los atentados de Londres.
  • Sólo 8 terroristas han matado a 130 personas. La efectividad de ese ataque se debe a que se ha llevado a cabo contra población civil. Los ataques contra la población civil los teníamos olvidados en Europa desde la guerra de los Balcanes, pero se trataba de territorios en guerra.
  • Los atentados han sido cometidos en nombre de Alah, lo que para una sociedad laica como la nuestra suponen una reacción contra el islám. Eso es lo que buscan principalmente los que alientan estos ataques, aglutinar un sentimiento en contra de los árabes.
No quiero, ni me atrevo, a analizar la situación internacional, en la que se está creando una nueva potencia mundial, una nación panárabe, que está sustituyendo a los regímenes dictatoriales que mantenían a sus países separados pero tranquilos. Ni en esa guerra civil que ha estallado entre suníes y chiítas con dos campos de batalla definidos en Siria y Yemen.

Tampoco quiero entrar en analizar la compleja sociedad árabe, unida transversalmente por ese potente cemento que es la religión, que es capaz de mantener la profunda brecha existente entre los ricos que controlan el poder en países que flotan en petróleo y los pobres hasta decir basta que representan la inmensa mayoría de su población, en unas teocracias basadas en la explotación de materias primas sin una industria que aproveche esa riqueza, lo que da lugar a paro y precariedad.

Esta vez quiero centrarme en el problema que tenemos en casa, con un volumen de gente cada vez más importante a la que no somos capaces de integrar en nuestra sociedad y que en segundas generaciones, fruto del desencanto y la frustración, dan lugar a conflictos como el que ha estallado en Francia.

El pacto contra el yihadismo, ese que firman Rajoy y Snchz, y al que se quiere sumar Rivera, no son más que palabras vacías. El buenismo y echar balones fuera de Iglesias, tampoco. Hay que analizar la situación y plantearse una serie de regulaciones sobre el islám para, sobre todo, desactivar las posibles células terroristas.

Y ésto es posible, siguiendo una serie de premisas, que tampoco son nada del otro mundo:
  1. Necesidad de cuentas claras de las mezquitas y organizaciones religiosas. Debe ser de obligado cumplimiento el declarar todas las ayudas que se reciben. Sabiendo quién financia las mezquitas, serán los propios financiadores los que eviten promover actividades terroristas. Si lo estamos pidiendo para las organizaciones políticas, no creo que deba suponer un problema para las religiosas, sobre todo cuando a la mínima piden exención de impuestos y de IBI.
  2. Hacer responsables subsidiarios a los financiadores de los hechos ilícitos que se promueban desde las organizaciones religiosas. Los promotores y benefactores se cuidarán mucho de que se radicalicen sus fieles.
  3. Hacer un listado de fieles que acuden a las mezquitas. Obligar a declarar a las mezquitas sus fieles. ¿Excesivo control? ¿Que choca contra las libertades? Pues que yo sepa tenemos totalmente aceptado dar nuestros datos cuando entramos en un hotel, registro que va a manos de la policía.
  4. Limitación del uso de atuendos religiosos, sobre todo en las mujeres. Porque limita su acceso al mercado laboral y su integración social y fomenta el integrismo religioso en las familias, ya que se aumenta el sentimiento religioso y de pertenencia al grupo, un grupo que se convierte en antagónico a la sociedad.
  5. Regulación del uso de carnicerias y otros negocios relacionados con la religión. Ya que también limitan la integración social de la gente. Estos dos puntos que parecen un ataque directo contra el islám se rompen en pedazos en el momento en el que te das un paseo por el centro de Casablanca, en Marruecos, y te encuentras con chicas con el pelo al aire, faldas cortas y tacones que alternan libremente por el centro de la ciudad.
  6. Limitación de las ayudas sociales, fomentando la integración al mercado laboral. Hay que sacarlos del gueto y obligarles a integrarse en la sociedad. Si continuamos con una política social de tener a ellas en casa y media docena de hijos, mantenidos por ayudas económicas, jamás se integrarán en nuestra sociedad, y además crearemos jóvenes descontentos y desarraigados, que es lo que está pasando en Francia con las segundas generaciones. Si se limita la ayuda económica, obligamos a limitar el número de hijos y a que la mujer salga a trabajar.
Es importante la integración y la desactivación de los sentimientos contrarios a la sociedad que les ha acogido cuando han huído del hambre y de la guerra. Si no nos tomamos en serio este problema y no fomentamos la integración, tendremos problemas graves en el futuro cercano. No debemos caer en ls errores de Francia.

Porque estoy seguro que si los asesinos de Francia hubieran tenido una oportunidad, hubieran podido integrarse en la sociedad y crecer con ella, no habrían cometido la estupidez de inmolarse en un atentado sin sentido.

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