Érase una vez un ministro demagogo que creó una ley para impedir a las mujeres abortar. El ministro no era la primera vez que utilizaba la demoagogia desde que ocupaba su cargo de ministro. Los más viejos del lugar aún recuerdan cuando quitó hierro a las protestas de toda la magistratura contra su reforma de la justicia achacándolas a la retirada de las pagas extras a los funcionarios y la reducción de sus días moscosos.
En esta ocasión, el ministro demagogo quiso proclamar su restrictiva ley sobre el aborto como un derecho para que las mujeres pudieran ser madres, obviando el hecho de que hasta entonces el aborto era un derecho, no un deber. El ministro, al parecer influenciado por el hecho de que se había justificado una reforma laboral porque no competíamos con China (otra parida de otro iluminado del Gobierno) al parecer creía que en España, como en el país asiático, existía una restrictiva política sobre natalidad que obligaba a las mujeres a abortar, aunque la realidad le desmentía en sus planteamientos.
El ministro, presionado por grupos integristas cristianos, que recientemente habían afirmado incluso mostrarse en contra de los cuidados paliativos para enfermos terminales "ya que Cristo no los necesitó cuando murió en la cruz" decidió limitar los supuestos de aborto a dos, en caso de violación, y en caso de grave peligro o daño para la madre, dando por zanjado el asunto de determinar cuando un fecho se convertía en un ser humano, y en base a las pruebas científicas mostradas por aquellos que en su ciencia afirman que una mujer virgen puede ser fecundada por una paloma en un sagrado acto de zoofilia, confirmando que éste se convierte en un ser humano de pleno derecho desde el momento de la concepción.
Y llegó la navidad, y como siempre en esa época de buenos deseos y amor sin límite, miles de organizaciones sin ánimo de lucro solicitan ayuda donacional para sus diferentes necesidades. Y un grupo importante de estas organizaciones son asociaciones de padres con hijos con enfermedades raras, niños que malviven con una enfermedad que les impide una vida normal y que en la mayoría de los casos acabará con su vida de forma prematura.
Y piden dinero para poder impulsar investigaciones sobre dicha enfermedad, investigación que se realiza con pocos medios, con algún licenciado doctorado y varios becarios, y que generalmente nunca llega a buen puerto ya que los medicamentos que pudieran ayudar no pasan de experimentales al no resultar rentable por las empresas farmacéuticas su síntesis para una tirada tan baja.
Y esos padres sin duda aman a sus hijos, y lo que mas desean es su bienestar, ya que la empatía que les produce su sufrimiento se traduce en cientos de noches sin dormir. Y seguramente nuestro ministro demagogo se ampararía fácilmente en este amor para justificar su ley, por el amor que esos padres profesan por sus hijos, pero... de haber podido elegir... ¿los hubieran tenido?
Ahí es donde llega el verdadero debate moral, donde la demagogia pierde su valor y entra la razón y la realidad. La respuesta a posteriori de la mayoría de esos padres es que sí, que los hubieran tenido, pero es a posteriori porque ya conocen a su hijo, y ya se han empatizado con su enfermedad de manera que están ya en una huida hacia adelante, con ellos. Pero la respuesta a priori sería que no, que ellos desean un hijo, que es un hijo buscado, pero que lo desean normal, y que teniendo otras oportunidades, quizá su responsabilidad como pareja y como padres de otros hijos sea evitar ese sobrecoste de esfuerzos físicos, emocionales y económicos.
Y es ahí donde queda completamente justificado el aborto cuando el feto viene con graves deformaciones. El aborto es siempre un acto doloroso, y sobre todo en este supuesto, ya que no se trata de un accidente, de un embarazo no deseado, sino que en la mayoría de los casos se trata de un bebé buscado, y la decisión de abortar en este caso debe recaer en los padres, no en la demagogia barata de una religión panfletaria que está acaparando el poder en nuestro país, un poder que no están sabiendo gestionar con la debida responsabilidad.
Y el aborto en este supuesto debe contemplarse como un derecho, y realizado con las garantías sanitarias necesarias, ya que a los padres que deciden acometer este acto en este supuesto, y digo padres porque la decisión suele ser de la propia pareja en la mayoría de los casos, han tomado la decisión de forma muy meditada, y esa decisión no debe ser además influenciada por la ley, ya que lo mismo que si esos padres deciden seguir adelante, el estado correrá con todos los gastos derivados de ese embarazo, hasta el parto (donde curiosamente el sacrosanto bebé deja de tener derechos y el tratamiento de su enfermedad se convierte en un "búscate la vida, bonita" por parte de la sanidad pública).
Es en este momento donde se cae toda la mentira del ministro demagogo, ya que por un lado complica sobremanera la importante decisión de unos padres, obligándoles a seguir un camino trazado protegiendo el bebé hasta el parto, momento en el cual se desentiende de él.
La realidad es que hay una diferencia muy grande entre un óvulo fecundado y un bebé a punto de ser parido. Que lo primero no es un ser humano y que el último, a pesar de no haber nacido, sí que lo es, y que hay un momento en el cual se produce ese cambio entre proyecto de persona y ser humano, y que una ley de plazos correctamente concebida permitiría conjugar el derecho a nacer de los bebés con el derecho a abortar de las mujeres, una ley de plazos que recogiera además dos supuestos necesarios, que son el de el riesgo para la madre y el de malformaciones del feto, sobre todo para garantizar la debida asistencia sanitaria a las mujeres que por deseo propio o por otras circunstancias tomen la difícil decisión de abortar.
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