Ayer hizo 10 años que dejé de fumar. Llevaba 30 años colgado del cigarrillo, fumando más de paquete y medio de ducados, del negro de paquete azul de toda la vida, cada día. Haciendo cuentas, más de 300.000 cigarrillos fumados, más de 40.000 €, más de un año de sueldo, gastado en tabaco, quemado.
Corría junio de 2003. Eran esos años locos en los que el PSOE se estaba reconstruyendo después de la desaparición años antes de Felipe González y después de luchas intestinas sangrantes habían colocado a un pipiolo pancartero a la cabeza del partido mientras los que se creían candidatos reales dirimían sus diferencias en la sombra. Mientras, un presidente que pronunciaba inglés con acento de Chamberí y castellano con acento tejano gobernaba con mano férrea el mundo conocido.
El Prestige nos había demostrado que la tierra era redonda, ya que a pesar de los esfuerzos del gobierno por enviarlo más allá de las Torres de Hércules, éstas no aparecieron más allá de Finisterre. En Irak se fabricaban todo tipo de armas químicas, biológicas y nucleares para surtir al eje del mal, formado por islamistas comunistas comeniños, los españoles de a pié vivíamos contentos un crecimiento económico que ya empezaba a dar muestras de agotamiento, las cajas de ahorro habían descubierto la piedra filosofal que convertía en oro el suelo urbanizable.
Y en ese inicio estival me llegó envuelto en papel de regalo el libro “Dejar de fumar es fácil, si sabes cómo”, cuyo autor por cierto murió de cáncer de pulmón, lo cual no me daba demasiados ánimos para leerlo. Y después de las sonrisas de agradecimiento de rigor, el libro fue a engrosar mi amplia biblioteca, hasta que a principios de diciembre de ese año, lo empecé a leer.
En esencia, el libro consta de tres partes. Una de relleno para todo fumador que se precie, que es una especie de moralina en la que se nos incita a pensar en razones para fumar. Todos los fumadores sabemos que no es bueno, que el tabaco mata y que el humo sabe a mierda… ¿y qué? Nos gusta fumar y punto.
Pero de repente entras en la segunda parte. En esta parte el autor explica cómo funciona la nicotina y por qué es tan adictiva. Cuando te has hecho adicto al tabaco, la falta de nicotina en el cuerpo provoca una suave y apenas perceptible ansiedad. Esa ansiedad se manifiesta en una pequeña dificultad al respirar, casi imperceptible, y cierto nerviosismo, también muy tolerable. Vamos, lo que es un síntoma de ansiedad, pero muy suave.
En condiciones normales, sentimos esa ansiedad, pero no la identificamos. Cuando pasado un tiempo, esa ansiedad se manifiesta ya durante mucho rato, nuestro cuerpo aprende que si nos fumamos un cigarro, esa ansiedad desaparece. Y necesitamos una pequeña dosis de nicotina. Encendemos el cigarrito y en pocos segundos, después de un par de caladas, la nicotina llega al cerebro, y la ansiedad desaparece. El cigarrito nos sienta bien, pero porque incoscientemente somos incapaces, si no lo sabemos, de notar esa pequeña ansiedad que sufrimos.
Durante unos minutos, la sensación de ansiedad desaparece, sustituida por un bienestar que nos hace sentir tranquilos. Pero en cuanto la nicotina desaparece del cerebro, y es rápidamente, ya que aunque sube inmediatamente al cerebro,también se elimina a la misma velocidad, imperceptiblemente vuelve a aparecer esa ansiedad.
¿Estamos contentos? Estamos excitados, la sensación de ansiedad está con nosotros, acrecentada por la euforia. El cigarrito nos la elimina, nos hace sentirnos mucho mejor aún.
¿Estamos tristes? Sentimos más esa sensación de ansiedad, el cigarrito nos hace sentir inmediatamente mejor.
Pues bien, ya conocemos cómo funciona la nicotina, y cómo se manifiesta, y el mecanismo de adicción. ¿Se puede vencer? Por supuesto que sí. El autor propone un pequeño juego de rol. Hay que imaginar un pequeño monstruito, que es nuestra ansiedad, que está ahí presente, y un gran monstruo, manejado por el anterior, con el que hay que luchar. Este monstruo será el que dé la cara, y lucha contra nosotros dándonos cientos de razones para fumar, y mira por donde, ahora cobra sentido la primera parte del libro, la que nos ayudaba a justificar nuestra adicción.
En menos de una semana te has aburrido del juego de rol, y te das cuenta que el monstruito está muerto, y que el monstruo no se manifiesta. Has dejado de fumar, sin agobios de mono, sin agobios de volver a caer. has matado la adicción al tabaco. Dejas de toser por las mañanas, respiras mejor, practicas deporte mejor (en mi caso monte y bici), y algo sorprendente, empiezas a tener dinero suelto en el bolsillo.
Eso sí, debo confesar una cosa. Yo sí que encontré una razón para fumar. Cuando fumaba, no me importaba bajar a la calle a comprar tabaco a cualquier hora, y conocía a todas las camareras de todos los bares de mi barrio. Al dejar de fumar, dejé de entrar sólo en los bares, por lo que dejé de charlar con ellas.
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